El Animal Silencioso
Por Gibran Jalil Gibran
En el tema de de este post, en realidad, ya no hay nada que
agregar, quizás comentar el talento de Gibran de atribuir facultades de raciocinio al
animal, a diferencia de algunos “humanos”, incapaces de poseer buenos sentimientos.
Enrique Arteaga Sustaita
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EL ANIMAL SILENCIOSO
Gibran Jalil Gibran
“En la mirada de un animal
silencioso hay un discurso que sólo el alma del sabio puede comprender
verdaderamente”/ Poeta Indio
En el crepúsculo de un hermoso
día, cuando la fantasía se apodera de mi mente, pasé por el borde de la ciudad
y me detuve ante las ruinas de una casa abandonada, de la que sólo quedaban las
piedras.
Entre las ruinas vi un perro que
yacía sobre la suciedad y cenizas. Su piel estaba cubierta de úlceras y la
enfermedad atormentaba su cuerpo débil. Sus ojos tristes miraban una y otra vez
al sol poniente y expresaban humillación, desesperanza y miseria.
Me acerqué a él con el deseo de
saber el lenguaje animal para que mi compasión pudiera consolarlo. Pero sólo
logré aterrorizarlo, e intentó levantarse sobre sus patas paralizadas.
Cayéndose, me echó una mirada en la que se mezclaba ira impotente con la
súplica.
En esa mirada había un discurso
más lúcido que el del hombre y más conmovedor que las lágrimas de una mujer.
Esto es lo que entendí que decía:
-Hombre, sufrí la enfermedad que
causo tu brutalidad y persecución.
“Huí de tu pie rudo y me refugié
aquí, porque el polvo y las cenizas son más dulces que el corazón del hombre y
estas ruinas menos tristes que su alma. Vete, intruso del mundo del desgobierno
y de la injusticia.
“Soy una miserable criatura que
sirvió al hijo de Adán con fe y lealtad. Era el más fiel compañero del hombre:
lo cuidaba noche y día. Me afligía en su ausencia y lo recibía con alegría a su
regreso. Me contentaba con las migajas que caían de su mesa y me alegraba con
los huesos que sus dientes habían despojado de carne. Pero cuando me volví
viejo y enfermo, me sacó de su hogar y me abandonó a los despiadados jóvenes de
las callejuelas.
“Oh hijo de Adán, veo el
paralelismo que existe entre mi caso y el de tus prójimos imposibilitados por
la edad. Hay soldados que lucharon por su país cuando estaban en la flor de la
vida y que luego labraron su suelo. Pero ahora que ha llegado el invierno de
sus vidas y ya no son útiles se ven desechados.
“También veo parecido entre mi
suerte y la de una mujer que, en los días de su adorable juventud, alegró el
corazón de un joven y que después, como madre, dedico su vida a sus hijos. Pero
ahora, ya anciana, es ignorada y eludida.
¡Qué tiránico eres hijo de Adán!
¡Y qué cruel!
Así habló el silencioso animal, y
mi corazón lo comprendió...