¡Feliz Día del Padre!
Por Enrique Arteaga Sustaita
Un día murió mi padre y… sentí un gran alivio… Un día antes,
ya muy grave internado en aquel triste
hospital, vi cómo su vida luchaba por persistir… lo veía cómo, desesperado,
trataba de robarle un poco de oxígeno a la vida para la suya propia… vi su
suplicio, su martirio… segundo a segundo en agonía, tratando de aferrarse a la
vida halando aire – no les quiero describir detalles- solo imagínense el peor
espectáculo del mundo: la lucha de un ser gravemente enfermo por sobrevivir ante la muerte inminente. De esto hace
muchísimos años… la medicina no estaba avanzada como el día de hoy. 20 años antes - de este suceso que les narro - a mi padre le habían extirpado un pulmón. En aquellos años, los médicos
le dijeron a mi madre que a mi padre le daban un pronóstico de vida de un año…
y sin embargo logró vivir 20 años más… cuidándose… Siempre me sentí culpable de haber
sentido un cierto alivio cuando mi padre murió… Ni a un perro le hubiera yo permitido
sufrir tanto; si en mis manos estuviera, le hubiera dado un balazo al can.
Tanto quiere uno a sus seres queridos que no quiere uno que se vayan para
siempre…. Pero hay un momento crucial en el que ves tanto sufrimiento que te
asalta la idea de si no sería mejor que la muerte llegara rápido. Hoy, casi 50
años después, me he perdonado el haber sentido cierto alivio de que mi padre
muriera. He comprendido que la situación no tenía reversa… fue cuestión de
tiempo… murió de pulmonía… condición insalvable para un organismo con un solo
pulmón. Padre: cuando te fuiste se me movió el tapete gacho… creí que también
mi vida terminaba… Mira: Dios es grande… aquí ando todavía… Gracias a tu vida
ejemplar… aunque a veces batallo, no me rajo y “ay” voy por la vida dando tumbos.
¡Cómo no te me apareces de repente para decirte cuánto te amo y te respeto!