jueves, 4 de abril de 2013

CHIHUAHUA DE ANTAÑO - MI MÉXICO DE AYER


La calle Libertad en Chihuahua y otros Recovecos
Por Enrique Arteaga Sustaita

Esta calle la recorrí de arriba a abajo, de noche y de día en aquellos apacibles años (principios de los 60as).  Recuerdo  el negocio de óptica que se ve en primer plano de la foto que adjunto, aunque no sé si ya estaba ahí en aquellos tiempos, lo que sí, más allacito, por el mismo lado de la calle,  estaba la Librería Palas Atenas, en donde nos surtíamos todos los estudiantes de Chihuahua,  de libros y artículos escolares. Por la calle Libertad transitaban los camiones urbanos, de poniente a oriente,  y hacían parada enfrente del Palacio de Gobierno (el costo del pasaje era de 40 centavos), ¡Cuántos recuerdos y nostalgia!
Comenta mi amigo D´ La Rose que en sus años mozos se acostumbraba “ir a tirar Líber”, es decir: a recorrer, a pie o en auto, la calle para admirar a las lindas “morritas” (muchachas) chihuahuenses. ¡Claro que recuerdo todo aquello ya que a mí también me tocó vivirlo! Esto se estilaba ya cuando la “hormona” andaba inquieta, pero…  yo tengo muy hermosos recuerdos de cuando estaba chavalillo y con estas remembranzas de aquellas vivencias,  comprendo cuánto influyeron  para que yo ame tanto a mi tierra y sus recovecos.
La avenida Niños Héroes era, ni siquiera avenida: ¡la Calle del Árbol!  Por la Juárez y 4ª, a la puerta de un negocito pequeño de cerrajería que se llamaba Casa Gardea, tocaba el acordeón, de niño, el  hoy famoso Rancherito del Norte; bajando esa callecita estaba el Súper Dema  por la 4a y Trías, en donde yo compraba unas deliciosísimas mantecadas rellenas de una especie de crema de chocolate y que tenían, además,  una cobertura de chocolate de colores blanco y natural,  ¡nunca he vuelto a degustar  un sabor  así!, a pesar de que en la actualidad venden mantecadas semejantes. Enfrente en el mismo sitio pero del lado poniente, estaba el centro social El Jardín de las Rosas; más abajito, en el crucero de 4ª y Del Árbol (hoy Niños Héroes) estaba “La Fortaleza, Frutas y Legumbres”, lugar en donde trabajaba mi papá y donde yo viví por algún tiempo. En Ocampo y Progreso, atrás del Colegio Patria estaba la plaza de toros que más bien era un redondel  hecho de pura madera, ahí, en una tarde taurina, me tocó presenciar el corredero de gente cuando uno de los astados brinco alto y se subió al graderío. Más adelantito estaban los lavaderos públicos en donde el vecindario y algunas tarahumaritas lavaban sus ropas. Me tocó ver el Río Chuvíscar sin canalizar y ver como se apreciaban, como acuarela, las casitas del barrio “El Palomar”, barranco arriba del río rumbo norte.  A propósito: ¡que bien escogido el nombre del barrio!, porque todo el caserío visto a  la distancia y perspectiva desde donde les digo que vivía, parecían eso: ¡unos lindos palomares!
La mancha urbana que recuerdo llegaba al norte solo hasta “Las Granjas” (por el 60), al sur hasta unas vías de tren que estaban adelantito de lo que era el centro social “Los Álamos”, al oriente hasta las vías del tren por la Juárez y 57 y un poquito tirando al norte, hasta la Colonia Industrial; Nombre de Dios era un poblado aparte y lo mismo: si querías ir a Robinson, Palestina, La Concordia, etc., tenías que tomar autobús. Al poniente la mancha urbana llegaba hasta donde hacían crucero las calles prolongación de la 20 de Noviembre y la que hoy es Avenida Cuauhtémoc.
Adornaban, particularmente el centro de la ciudad, personajes pintorescos, cual acentos emotivos a la ya de por sí amada comunidad: recuerdo muy bien a Ramiro, un mulato, todavía fuerte en aquellos años, que había encontrado, de una manera muy particular, su modus vivendi: ¡repartiendo millones de pesos! Este personaje vestía a la manera de los pescadores de México, quizás oriundo de las costas del sureste o del Pacífico: pantalón short, de mezclilla, arremangado en perfectos dobleces hasta medio muslo, camisa holgada, sin botones,  amarrada con un nudo y en la cabeza un quepí , a la manera de Pedro Infante en su película A. T. M. Ramiro acudía a las oficinas bancarias de donde tomaba (le regalaban) las formas (papeletas) en blanco que se utilizaban para los depósitos bancarios y era precisamente en ellas en donde te anotaba los miles o millones de pesos que tú  quisieras que te obsequiara, ¡tu boca era la medida!, la gente, a cambio, le daba algunas monedas y… así lo veías tú: deambular por la ciudad repartiendo dinero, pero a la vez, juntando sus moneditas. La gente pensaba que no estaba bien de sus facultades mentales pero yo que lo conocí muy de cerca, casi aseguro que estaba bien y que lo que hacía era tan solo una postura adoptada para pasarla bien. Me tocó verlo tomar y departir con mujeres de no muy clara reputación y en quienes seguramente quedaba el dinero que Ramiro juntaba tan afanosamente.
Otro  personaje era un señor de mediana edad, de figura delgada y sombrero ranchero y a quien le faltaba casi todo un antebrazo, pero que en la pequeña parte que le quedó de él, lograba amarrar el arco  de su violín con el que deleitaba a sus oyentes a cambio de dinerito. Platicaba el singular músico que su mano y parte del antebrazo se lo habían tenido que amputar a causa de la mordedura de un arácnido. El decía que había sido una tarántula, pero seguramente fue la temible araña violinista celosa de la competencia.
Quizás el más feliz de los personajes que hoy rememoro, haya sido el  Che Luján. No había cosa que gustara más al famoso personaje, que los motociclistas lo subieran a sus máquinas y lo pasearan por el centro de la ciudad e ir saludando, cual político en caravana,  a todo el mundo ¡con una gran felicidad! (aparentaba y quizás adolecía de ligera discapacidad mental). Con tal de conseguir algo de ti, alguna moneda, cigarro, etc., te adulaba dirigiéndose a ti como “mi amigo, mi hermano, mi carnal”, en una sola elocución. Hoy mi deseo es que Dios los tenga en un lugar de privilegio a todos ellos, pues si antes los envió a nosotros con un propósito, seguramente lo desempeñaron muy bien.
Bueno, amigos, desde entonces a hoy, ha llovido mucho y nevado y han pasado huracanes, pero nada de eso puede borrar de tu memoria aquellos  maravillosos años vividos.
Me resta decir a los que hoy son jóvenes: Dios les conceda vivir hasta que sean viejos, amen a su ciudad y a sus semejantes, disfruten cada persona, amigo, calles, sitios y lugares, plásmenlos en sus mentes, quizás algún día les toque hacer una breve reseña como ésta y puedan disfrutar de nuevo de sus años mozos (¡recordar es vivir!).
¡Salud!
Enrique Arteaga Sustaita
Nota: Les adjunto este vídeo de Christian Castro en donde canta una canción de Salvador “Chava Flores” que aunque se refiere a la Cd., de México, es aplicable a todo el territorio nacional y que está un tanto relacionado con el tema que les he venido platicando. En lo personal,  a mi me gusta mucho esta canción, ojalá que también sea del agrado de ustedes.




MI MÉXICO DE AYER

Una indita muy chula
tenía su anafre
en la banqueta
su comal negro y limpio
freía tamales
en la manteca
y gorditas de masa
piloncillo y canela
al salir de mi casa
compraba un quinto
para la escuela.

Por la tarde a las calles
sacaban mesas
limpias viejitas
nos vendían sus natillas
arroz de leche
en sus cazuelitas
rica capirotada
tejocotes en miel
y en la noche un atole
tan champurrado
que ya no hay de él.

Estas cosas hermosas
por que yo así las vi
ya no están en mi tierra
ya no están más aquí
hoy mi México es bello
como nunca lo fue
pero cuando era niño
tenía mi México
un no sé qué.

Empedradas sus calles
eran tranquilas
bellas y quietas
los pregones rasgaban
el aire limpio
vendían cubetas
tierra pa' las macetas
la melcocha, la miel
chichicuilotes vivos
mezcal en penca
y el aguamiel.

Al pasar los soldados
salía la gente
a mirar inquieta
hasta el tren de mulitas
se detenía
oyendo la trompeta
las calandrias paraban
sólo el viejito fiel
que vendía azucarillos
improvisaba
el verso aquél.

(Azucarillos
de a medio y de a real
para los niños
qui queran mercar)

Estas cosas hermosas
por que yo así las vi
ya no están en mi tierra
ya no están más aquí
hoy mi México es bello
como nunca lo fue
pero cuando era niño
tenía mi México
un no sé qué.






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