La calle Libertad en Chihuahua y otros Recovecos
Por Enrique Arteaga Sustaita
Por Enrique Arteaga Sustaita
Esta calle la recorrí de arriba a
abajo, de noche y de día en aquellos apacibles años (principios de los
60as). Recuerdo el negocio de óptica que se ve en primer
plano de la foto que adjunto, aunque no sé si ya estaba ahí en aquellos
tiempos, lo que sí, más allacito, por el mismo lado de la calle, estaba la Librería Palas Atenas, en donde nos
surtíamos todos los estudiantes de Chihuahua,
de libros y artículos escolares. Por la calle Libertad transitaban los
camiones urbanos, de poniente a oriente,
y hacían parada enfrente del Palacio de Gobierno (el costo del pasaje
era de 40 centavos), ¡Cuántos recuerdos y nostalgia!
Comenta mi amigo D´ La Rose que
en sus años mozos se acostumbraba “ir a tirar Líber”, es decir: a recorrer, a
pie o en auto, la calle para admirar a las lindas “morritas” (muchachas)
chihuahuenses. ¡Claro que recuerdo todo aquello ya que a mí también me tocó
vivirlo! Esto se estilaba ya cuando la “hormona” andaba inquieta, pero… yo tengo muy hermosos recuerdos de cuando
estaba chavalillo y con estas remembranzas de aquellas vivencias, comprendo cuánto influyeron para que yo ame tanto a mi tierra y sus
recovecos.
La avenida Niños Héroes era, ni
siquiera avenida: ¡la Calle del Árbol!
Por la Juárez y 4ª, a la puerta de un negocito pequeño de cerrajería que se llamaba Casa Gardea, tocaba el acordeón, de niño, el hoy famoso Rancherito del Norte; bajando esa
callecita estaba el Súper Dema por la 4a
y Trías, en donde yo compraba unas deliciosísimas mantecadas rellenas de una
especie de crema de chocolate y que tenían, además, una cobertura de chocolate de colores blanco
y natural, ¡nunca he vuelto a
degustar un sabor así!, a pesar de que en la actualidad venden
mantecadas semejantes. Enfrente en el mismo sitio pero del lado poniente,
estaba el centro social El Jardín de las Rosas; más abajito, en el crucero de
4ª y Del Árbol (hoy Niños Héroes) estaba “La Fortaleza, Frutas y Legumbres”,
lugar en donde trabajaba mi papá y donde yo viví por algún tiempo. En Ocampo y
Progreso, atrás del Colegio Patria estaba la plaza de toros que más bien era un
redondel hecho de pura madera, ahí, en una tarde taurina, me tocó presenciar el corredero de gente cuando uno de los astados brinco alto y se subió al graderío. Más
adelantito estaban los lavaderos públicos en donde el vecindario y algunas
tarahumaritas lavaban sus ropas. Me tocó ver el Río Chuvíscar sin canalizar y
ver como se apreciaban, como acuarela, las casitas del barrio “El Palomar”,
barranco arriba del río rumbo norte. A
propósito: ¡que bien escogido el nombre del barrio!, porque todo el caserío visto
a la distancia y perspectiva desde donde
les digo que vivía, parecían eso: ¡unos lindos palomares!
La mancha urbana que recuerdo
llegaba al norte solo hasta “Las Granjas” (por el 60), al sur hasta unas vías
de tren que estaban adelantito de lo que era el centro social “Los Álamos”, al
oriente hasta las vías del tren por la Juárez y 57 y un poquito tirando al
norte, hasta la Colonia Industrial; Nombre de Dios era un poblado aparte y lo
mismo: si querías ir a Robinson, Palestina, La Concordia, etc., tenías que
tomar autobús. Al poniente la mancha urbana llegaba hasta donde hacían crucero
las calles prolongación de la 20 de Noviembre y la que hoy es Avenida
Cuauhtémoc.
Adornaban, particularmente el
centro de la ciudad, personajes pintorescos, cual acentos emotivos a la ya de
por sí amada comunidad: recuerdo muy bien a Ramiro, un mulato, todavía fuerte
en aquellos años, que había encontrado, de una manera muy particular, su modus
vivendi: ¡repartiendo millones de pesos! Este personaje vestía a la manera de
los pescadores de México, quizás oriundo de las costas del sureste o del
Pacífico: pantalón short, de mezclilla, arremangado en perfectos dobleces hasta
medio muslo, camisa holgada, sin botones,
amarrada con un nudo y en la cabeza un quepí , a la manera de Pedro
Infante en su película A. T. M. Ramiro acudía a las oficinas bancarias de donde
tomaba (le regalaban) las formas (papeletas) en blanco que se utilizaban para
los depósitos bancarios y era precisamente en ellas en donde te anotaba los miles
o millones de pesos que tú quisieras que
te obsequiara, ¡tu boca era la medida!, la gente, a cambio, le daba algunas
monedas y… así lo veías tú: deambular por la ciudad repartiendo dinero, pero a
la vez, juntando sus moneditas. La gente pensaba que no estaba bien de sus
facultades mentales pero yo que lo conocí muy de cerca, casi aseguro que estaba
bien y que lo que hacía era tan solo una postura adoptada para pasarla bien. Me
tocó verlo tomar y departir con mujeres de no muy clara reputación y en quienes
seguramente quedaba el dinero que Ramiro juntaba tan afanosamente.
Otro personaje era un señor de mediana edad, de
figura delgada y sombrero ranchero y a quien le faltaba casi todo un antebrazo,
pero que en la pequeña parte que le quedó de él, lograba amarrar el arco de su violín con el que deleitaba a sus
oyentes a cambio de dinerito. Platicaba el singular músico que su mano y parte
del antebrazo se lo habían tenido que amputar a causa de la mordedura de un
arácnido. El decía que había sido una tarántula, pero seguramente fue la
temible araña violinista celosa de la competencia.
Quizás el más feliz de los
personajes que hoy rememoro, haya sido el
Che Luján. No había cosa que gustara más al famoso personaje, que los
motociclistas lo subieran a sus máquinas y lo pasearan por el centro de la
ciudad e ir saludando, cual político en caravana, a todo el mundo ¡con una gran felicidad! (aparentaba
y quizás adolecía de ligera discapacidad mental). Con tal de conseguir algo de
ti, alguna moneda, cigarro, etc., te adulaba dirigiéndose a ti como “mi amigo,
mi hermano, mi carnal”, en una sola elocución. Hoy mi deseo es que Dios los
tenga en un lugar de privilegio a todos ellos, pues si antes los envió a
nosotros con un propósito, seguramente lo desempeñaron muy bien.
Bueno, amigos, desde entonces a
hoy, ha llovido mucho y nevado y han pasado huracanes, pero nada de eso puede
borrar de tu memoria aquellos
maravillosos años vividos.
Me resta decir a los que hoy son
jóvenes: Dios les conceda vivir hasta que sean viejos, amen a su ciudad y a sus
semejantes, disfruten cada persona, amigo, calles, sitios y lugares, plásmenlos
en sus mentes, quizás algún día les toque hacer una breve reseña como ésta y
puedan disfrutar de nuevo de sus años mozos (¡recordar es vivir!).
¡Salud!
Enrique Arteaga Sustaita
Nota: Les adjunto este vídeo de
Christian Castro en donde canta una canción de Salvador “Chava Flores” que
aunque se refiere a la Cd., de México, es aplicable a todo el territorio
nacional y que está un tanto relacionado con el tema que les he venido
platicando. En lo personal, a mi me
gusta mucho esta canción, ojalá que también sea del agrado de ustedes.
MI MÉXICO DE AYER
Una indita muy chula
tenía su anafre
en la banqueta
su comal negro y limpio
freía tamales
en la manteca
y gorditas de masa
piloncillo y canela
al salir de mi casa
compraba un quinto
para la escuela.
Por la tarde a las calles
sacaban mesas
limpias viejitas
nos vendían sus natillas
arroz de leche
en sus cazuelitas
rica capirotada
tejocotes en miel
y en la noche un atole
tan champurrado
que ya no hay de él.
Estas cosas hermosas
por que yo así las vi
ya no están en mi tierra
ya no están más aquí
hoy mi México es bello
como nunca lo fue
pero cuando era niño
tenía mi México
un no sé qué.
Empedradas sus calles
eran tranquilas
bellas y quietas
los pregones rasgaban
el aire limpio
vendían cubetas
tierra pa' las macetas
la melcocha, la miel
chichicuilotes vivos
mezcal en penca
y el aguamiel.
Al pasar los soldados
salía la gente
a mirar inquieta
hasta el tren de mulitas
se detenía
oyendo la trompeta
las calandrias paraban
sólo el viejito fiel
que vendía azucarillos
improvisaba
el verso aquél.
(Azucarillos
de a medio y de a real
para los niños
qui queran mercar)
Estas cosas hermosas
por que yo así las vi
ya no están en mi tierra
ya no están más aquí
hoy mi México es bello
como nunca lo fue
pero cuando era niño
tenía mi México
un no sé qué.