El Fantasma de la Col. Industrial
Por Enrique Arteaga Sustaita
¡Qué bella época, aquella de mediados de los 60as., cuando
estudiábamos la secundaria! ¡Cuántas vivencias y nostalgias! ¡cuántos recuerdos
acuden hoy a mi mente!... ¡aún saboreo la esencia de la vida de aquellos
tiempos! En razón a nuestro deseo de seguir estudiando y ante ninguna otra
posibilidad de lograrlo en virtud de ya estar trabajando siendo aún
chavalones, muchos optábamos por inscribirnos en alguna de las aún pocas escuelas secundarias nocturnas que el
gobierno había habilitado para dar posibilidad de estudio a este grupo laboral
de gente. Fue en la Secundaria 6, en mi Chihuahua querido (calles Independencia y Ramírez,
a un costado del hoy Parque Revolución) en donde coincidí con muchos otros jóvenes
entusiastas con grandes deseos de superación, con algunos de los cuales
logramos identificarnos y formamos nuestro propio grupo de amigos por siempre.
Frecuentemente nos reuníamos, este grupo, dizque a estudiar en uno de los
salones de la CTM (Juárez y Vicente Guerrero) que Doña Nata, mamá de dos de nuestros
compañeros: Jesús y Alfredo Guerrero,
nos facilitaba para el caso ya que ella tenía un puestecito de lonches y
refrescos y que había logrado el permiso de instalarlo ahi a cambio de servir
de ama de llaves del amplio local que ocupaba aquella legendaria central
sindical obrera. Sí nos reuníamos a
estudiar, por lo regular en temporadas de exámenes, pero la mayoría de las
reuniones eran principalmente para pachangueárnosla: departir, convivir, tocar
guitarra, pistear (con mucha discreción, so pena de perder el privilegio del
salón)... porque he de decir que en el grupo había de todo, en ciernes si se
quiere: desde políticos, poetas, sabios, artistas y etc. ; eso sí, todos
bohemios. Regularmente nos desvelábamos ahí en aquellas inolvidables reuniones y había que regresar a
casa a puro pincel (a pie) ya que todos eramos de infantería y los camiones
urbanos dejaban de operar cerca de las 10 de la noche. Fue en una ocasión de
éstas en que a nuestro amigo y compañero: el insigne declamador José Rafael “N”
(sin apellido, para no quemarlo, ¡jajaja!) se le hizo tarde (ya de madrugada)
para regresar a casa cuando, nos platica, tuvo la desdicha de encontrarse “cara
a cara” con el temible “Fantasma de la Colonia Industrial. Continúa platicando
Pepe: “Yo creo que ya iba yo predispuesto para que me pasara esto, pues de
camino me fui pensando en puras tonterías de ésas... el caso es que al llegar y
doblar la esquina de la privadita donde vivía quedé petrificado al ver aquella
“abominable cosa” al fondo del callejón... quedarte tieso y sentir aquellas
descargas de electricidad que te recorren repetidamente la columna desde el
coxis hasta la base de la nuca... que se te ponga la piel de gallina y los pelos de punta,
acompañado todo con un terror intenso, es algo de lo que alguna vez escuché
platicar, pero hasta que me pasó pude comprenderlo. No queriendo, tuve que
mirar aquella cosa pues dentro de mi catatonia tuve un espacio de lucidez para
tomar una determinación. Aquella cosa era una especie de bulto, mancha
blancuzca, grisácea que parecía flotar en el viento y lo que incrementaba mi
terror es que parecía que me llamaba: ¡Shiiiiit... shiiiiit!... De momento mi
mente se volvió computadora y analicé los tiempos: aquella cosa se encontraba
al fondo de la la callecita, la puerta de mi casa estaba aproximadamente a la
mitad de camino entre el fantasma y el sitio en que estaba yo, de manera que
haciendo un cálculo rápido pensé que si le ganaba el jalón podría alcanzar la
puerta de mi casa... tomé la determinación de encaminarme despacito por si se
me arrancaba el fantasma yo tendría chanza de escapar huyendo en sentido
contrario... tonto de mí, no pensé que los fantasmas poseen habilidades mágicas
y de querer atraparme el fantasma lo hubiera logrado fácil... también me asaltó
la duda de que la puerta estuviera cerrada con llave... mi madre no cerraba la
puerta con llave cuando sabía que todavía no llegaba yo, o aún faltaba alguno
de mis hermanos, pero.... ¿qué tal si ahora lo hubiera olvidado y ya tuviera
puesto el cerrojo?... Para tal caso, pensé, ya me cargó el payaso, o lo que es
lo mismo: ¡ya me llevó la “#$%&gada! Cuando vi que ya llevaba la mitad de camino hacia la puerta
y el fantasma no hizo por venir hacia mí, me armé de valor chapulinesco (de
Chapulín Colorado), aceleré el paso y casi volando llegué hasta la puerta donde
me pepené de la perilla de la chapa para no derrumbarme... al comprobar que la
puerta no tenía llave me introduje rápidamente y ya armado de valor maternal,
jajaja! pensé, entreabriendo la puerta para espiar a mis anchas al fantasma:
¡Ahora sí, asústame panteón!.. Amigos... ¡jajaja! ¡no se rían! El fantasma
resultó ser el molinero, el dueño del molino que había al fondo de la calle y a
donde las señoras llevaban su nixtamal a moler en aquellos años. El señor abría
su negocito muy temprano y ese día andaba barriendo el frente del localito;
para protegerse del frío de la madrugada, traía una especie de cobija encima y
el “shiiiit, shiiiit” era el ruido que hacía la escoba al barrer”... Anécdota real de un caso de fantasmas de los
muchos que a algunas personas nos gusta escuchar... Saludos a toda aquella
legión de valientes, jajaja!!!, amigos de la secundaria y de la inflancia y a
quienes nos tocó vivir una de las más hermosas épocas en esta bendita tierra:
¡Chihuahua de mis amores! ¡Salud!
Enrique Arteaga Sustaita
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